Artículo de opinión: La subcontratación del asilo crea un precedente peligroso

Artículo de opinión: La subcontratación del asilo crea un precedente peligroso

Los países ricos están tratando de descargar a los solicitantes de asilo en Estados socios más pobres. El costo humano es devastador y está socavando los cimientos del sistema mundial de refugiados.
Altas vallas se levantan en el campo de llegada de refugiados italianos en la ciudad portuaria de Shengjin, en el norte de Albania.

El derrocamiento de Bashar al-Assad ha envalentonado las voces dentro de la Unión Europea que piden que Siria –aún un país profundamente inestable– sea clasificado como “seguro para regresar”. Al mismo tiempo, el espectro de la externalización acecha no sólo en Italia, donde los funcionarios insisten en que su plan de Albania, bloqueado por los tribunales, sigue vivo, sino en toda Europa. Los gobiernos están tratando de transferir refugiados a socios extranjeros, descartando sus deberes morales y legales en el proceso.

Desde el abortado plan del Reino Unido para Ruanda hasta la búsqueda de un acuerdo similar por parte de Dinamarca, la idea de subcontratar las obligaciones de asilo a los países más pobres está ganando terreno. Esta inquietante tendencia se extiende más allá de los acuerdos individuales de deslocalización hacia una red en expansión de asociaciones de control migratorio con estados a lo largo de las rutas migratorias. Estos acuerdos a menudo carecen de transparencia, supervisión y salvaguardias adecuadas de derechos humanos.

Atrapadas en medio de esto se encuentran algunas de las personas más vulnerables del mundo, personas que han soportado dificultades inimaginables para llegar a costas europeas, sólo para enfrentar la perspectiva de la deportación antes de que se consideren siquiera sus solicitudes de protección.

El costo humano

La externalización adopta dos formas principales. El primero, ejemplificado por el acuerdo de Italia con Albania, es exportar la evaluación de las solicitudes de asilo a terceros Estados. La advertencia más cruda del costo humano de este enfoque es el famoso régimen de detención de Australia en Nauru, una pequeña isla del Pacífico que ha servido como un sórdido purgatorio para los solicitantes de asilo durante más de una década.

Según una nueva investigación, las personas detenidas en Nauru corren un riesgo mucho mayor de sufrir problemas de salud física y mental. En otros lugares, la sola amenaza de deportación puede causar graves daños psicológicos. Informes del Reino Unido describen a solicitantes de asilo que se autolesionan cuando enfrentan la perspectiva de ser deportados a Ruanda.

La segunda categoría amplia de externalización está ejemplificada por el Memorando de Entendimiento (MoU) de la UE con Túnez, que promete apoyo financiero y técnico a cambio de una mayor disuasión de los refugiados con destino a Europa.

Detrás de esta asociación se esconden relatos inquietantes de abusos contra los derechos humanos. Los expertos de la ONU han expresado alarma por las peligrosas tácticas de interceptación marítima, la violencia física y el abandono de refugiados –incluidos niños y mujeres embarazadas– en regiones desérticas sin comida ni agua. Las organizaciones de la sociedad civil que brindan ayuda humanitaria a los migrantes, a menudo con financiación de la UE, se han enfrentado a una mayor hostilidad y restricciones, con poco o ningún apoyo de Bruselas.

Un precedente traicionero

El Pacto Mundial sobre Refugiados, adoptado en 2018, se basa en el principio de distribución equitativa de la responsabilidad: la noción de que el deber de proteger a los desplazados no debe recaer desproporcionadamente en un puñado de Estados por un mero accidente geográfico. La deslocalización socava flagrantemente esto.

Si la UE, que durante mucho tiempo ha defendido los derechos humanos y los valores democráticos, normaliza este enfoque, sienta un precedente traicionero. Los países que acogen refugiados, que ya soportan una enorme parte del desafío del desplazamiento global, pueden sentirse alentados a cerrar sus propias puertas, seguros de que ni siquiera los países más ricos están dispuestos a cumplir con sus obligaciones.

Aún así, Bruselas sigue adelante con la externalización. En junio, la Comisión acordó pagar el primer tramo de 1.000 millones de euros de un paquete de apoyo económico mayor de 7.400 millones de euros a Egipto –incluidos fondos específicamente destinados a frenar la migración– sin consultar al Parlamento Europeo. Según se informa, se están preparando acuerdos similares con Jordania, Marruecos y Senegal.

Otro camino a seguir

La respuesta de Ucrania demostró la capacidad de compasión e integración cuando existe voluntad política. Este es el estándar que debemos respetar en el trato que damos a todas las personas que buscan refugio, independientemente de su origen.

Al invertir en vías ampliadas de seguridad y legales, incluidos programas de reasentamiento y reunificación familiar, podemos reducir la necesidad de viajes peligrosos y socavar el mercado del tráfico de personas. Cuando se considere necesaria la cooperación con los Estados de tránsito, debe basarse en acuerdos transparentes y respetuosos de los derechos humanos que den prioridad a la protección y eviten el traslado de responsabilidades.

Los populistas de derecha argumentarán que este enfoque de asilo más compasivo es una sangría financiera para la sociedad, pero la experiencia de Australia cuenta una historia diferente. Se estima que el procesamiento extraterritorial en Nauru cuesta 573.000 dólares por persona al año, una cifra que eclipsa el precio de 10.221 dólares que cuesta apoyar a los solicitantes de asilo en la comunidad.

La UE se enfrenta a una elección decisiva. Puede sucumbir al atractivo peligroso e hipócrita de la externalización, o puede trazar un rumbo más humano y pragmático, predicando con el ejemplo en su compromiso con la dignidad humana, la responsabilidad compartida y el derecho inalienable a buscar refugio frente a la persecución.